jueves, 2 de septiembre de 2010

Como recuerdo a Antonio, "El Señor de la Noche"

Por Cristóbal González

Recuerdo haber escrito unas cuatro notas doloridas en mi vida. No porque la ausencia de otras personas no me hubiera dolido, sino porque uno en este camino que todos vamos recorriendo se encuentra con pocas personas que le tocan el alma. Una de estas fue Antonio Ibañez, "El señor de la noche".

Lo conocí hace unos cincuenta años. En ocasiones nos tratábamos con frecuencia y en otros tiempos nos alejábamos un poco, físicamente.Si de noche era señor, porque dirigía un programa radial para noctámbulos (había sido colonizador de la franja de la noche), de día era más Señor todavía. Y como dicen las señoras, era además una cajita de música. Con Antonio se hablaba de libros, de cine, de música, de teatro, de esoterismo, de nueva era, y de política a veces, aunque me parece que no era su tema preferido. Era un intelectual de la radio, lo que ya es mucho decir, pues son pocos los hombres en ese medio que ponen a funcionar las neuronas como las exigía Toño.

Amaba vivir y por eso su propuesta de epitafio: "Soy un estudiante de la vida que jamás se graduó". Vivió plenamente. Al fin no supe exactamente lo que sufría, en términos generales era una afección pulmonar, porque nunca le pregunté y porque él no andaba hablando de sus achaques. Era positivo siempre, optimista y alegre. Admiraba todo lo bello, incluyendo por supuesto las mujeres. Tenía amigos por toda parte y hablaba casi siempre bien de los demás.

Recuerdo a Toño en un apartamento que habitaba por esos tiempos en que lo conocí,detrás de la empresa de teléfonos de Bogotá. Allí nos reuniamos a veces hasta las madrugadas con actores, actrices, cantantes, músicos, a charlar y a pasar dos o tres guariloques. Por ahí recuerdo a una mujer hermosa, Inés Mejía, talentosa actriz de teatro y de nuestra incipiente televisión en esa época. Y a Jaime Monsalve, otro telentoso que se fue hace años.

Y por supuesto, Toño era desordenado. En su apartamento uno encontraba libros tirados o arrumados por la sala, a los lados de la cama y en el baño. Leídos y de verdad. Daba la impresión de que le aperezaba ordenarlos sabiendo que en cada momento debía consultarlos de nuevo preparándose para el programa de la noche.

A su programa invitaba a todo aquel que quisiera compartir algo con la audiencia. Inventores, poetas, actores, artistas de toda laya, payasos, libreros. Toda una fauna. Con frecuencia me decía:"Hermano, ese programa es suyo. Vaya cuando quiera, nos sentamos los dos, nos tomamos un café y hablamos de lo que quiera entre nosotros y con la gente que llame". Nunca le acepté la invitación.

Se nos fue Toño. !Qué pena! A su hija Alexa, a sus innumerables radioescuchas, a sus amigos, un abrazo fuerte.