Por Helena Hevia
Barcelona
En La encantadora de Florencia regresa usted a sus orígenes, al mundo de magia y fábula de Las mil y una noches que desplegó en Hijos de la medianoche.
–Quería contar una historia hermosa, una pura historia de amor. Mi novela anterior, Shalimar el payaso, era muy distinta, más contemporánea, más oscura. Volver al principio era una manera de reafirmarme.
–Especialmente en el poder de la palabra. Dicen que usted es una especie de Sheherezade masculino.
--El libro transcurre en un periodo de gran literatura. En Europa es el tiempo de Ariosto, de Cervantes, de Shakespeare, y en la India es uno de los momentos culminantes de la poesía. Por esa razón me he obligado a escribir de la forma más rica y elaborada posible.
–Y en el fondo es una fábula más sobre Oriente y Occidente que habla, como muchos de sus libros, del desconocimiento mutuo de ambos mundos.
–La novela cuenta el principio del encuentro entre esos dos mundos que empezaban a conocerse. Creo que si ves cómo empezó todo, puedes entender cómo evolucionó la historia luego. Pero que quede claro que esta no es una alegoría política.
–Pero sí un libro que reflexiona sobre la naturaleza del poder.
–Hay un diálogo imaginario entre Akbar, el emperador del imperio mogol, y Maquiavelo, en el que hablan del poder y la bondad. ¿Es posible ser un hombre bueno y a la vez ser rey? Akbar cree que sí y Maquiavelo disiente.
–Akbar, que aboga por la tolerancia y que quiere tener unidos a sus súbditos independientemente de su religión, su raza y su tribu, parece un personaje muy próximo a usted.
–Quizá. Sus ideas me resultan muy atractivas, pero él es un tirano y en eso no se parece nada a mí.
–Pero, en el fondo, un escritor también es un tirano respecto a sus personajes y sus historias.
–Sí, es cierto.
–Y a usted, como a Akbar, no le sobra ambición. Se diría que sus novelas son superproducciones literarias.
–Tiene razón. Mi forma de proceder siempre ha consistido en poner en relación muchas cosas e intentar ver cuáles son las consecuencias. Supongo que tiene que ver con el tipo de vida que he llevado, dividida en tantas geografías, con tantos estilos de vida distintos.
–Otro de los grandes temas del libro es la dificultad de ser extranjero. Usted nació en la India, se educó en Inglaterra y ahora vive en Estados Unidos. ¿Tiene problemas de identidad?
–Al igual que muchas personas de hoy tengo un sentido plural de mi identidad. No es que sea una sola cosa sino tres o cuatro. Cuando voy a la India me siento en casa y también estoy bien en Londres y en Nueva York. Como decía Walt Whitman: «Soy inmenso, contengo multitudes». Pero eso es frecuente en esta época. En la actualidad la gente se desplaza a un lado y otro con mucha frecuencia. Empiezas en un sitio y acabas en otro.
–Pero no a todo el mundo le obliga una fatua.
–Es cierto. Pero eso al final ha tenido su lado positivo.
–Usted ha dicho: «El mago de Oz me hizo escritor». Nunca se ha aproximado tanto a esa película como en esta novela.
--Esa película tuvo un gran impacto en mi infancia. Si creces en Oriente tienes una gran tradición fantástica a tu disposición. Algo que es estupendo para un autor porque creces entendiendo que la mentira es una forma de abordar la verdad.
–Esa mujer que está en el centro del relato, esa princesa hechicera, parece dibujada a imagen y semejanza de su exesposa, Padma Lakshmi.
–En absoluto, nada que ver.
–Bueno, ambas son mujeres muy hermosas y cautivadoras.
--La India está llena de mujeres hermosas. Mi personaje no piensa como una mujer moderna y actual, es premoderna, prefreudiana, prefeminista. Y mi exmujer, se lo aseguro, es todo lo contrario.
–¿Cree que sus libros políticos han quedado atrás?
–Qué sé yo. La vida de un escritor no sigue una línea recta, sino más bien serpenteante. Shalimar el payaso fue un libro político y no sé que pasará en el futuro. La encantadora de Florencia es un proyecto que ha ido creciendo desde hace 10 años. No sé lo que voy a escribir en el futuro. En fin, sí que lo sé porque lo estoy haciendo.
–¿Y es?
–Una especie de continuación de Harún y el mar de las historias. Un libro que escribí para mi hijo mayor cuando tenía 11 años. Ahora, tengo otro hijo de esa misma edad que me pide su propio libro.
–¿Sería usted distinto si no se hubiera dictado la fatua?
–Es difícil saberlo. Quizá me forzó a interesarme más de lo que había estado hasta entonces por temas religiosos. Algo que ahora le interesa a todo el mundo. Solo que yo llegué un poquito antes.
–Mucho antes. Hace dos décadas, fue usted un profeta respecto del terrorismo islámico.
–Entonces nadie pensaba en estos temas en Occidente. La fatua me sirvió para aclarar las cosas en las que creía. Me mostró qué es lo que quería defender y qué criticar. Pero esencialmente soy el mismo escritor que fui siempre. Si se analizan todos mis libros en su conjunto, creo que no da la impresión de que se haya producido una ruptura importante.
–¿Se atreve a hacer una nueva profecía sobre el futuro entre Oriente y Occidente?
–Depende de qué se quiera decir al hablar de Oriente, porque China es hoy una especie de Occidente con un gran poder en ascenso. Quizá la mayor transformación sea la pérdida de poder de Estados Unidos. El crecimiento de la India es muy importante, con muchos y graves problemas sociales, mientras no se solucionen, no creo que vaya a adquirir un gran poder de influencia
–¿Y el mundo islámico?
–Parece que hay indicios que nos hacen atisbar el principio del fin del fanatismo. Ese interés en los países musulmanes para Al Qaeda va a la baja y podría ser que esta sea una fase en la que podamos sacar la cabeza. Pero es difícil vaticinar... si mañana sucede algo terrible.
–Como por ejemplo, una crisis económica a nivel global.
–Como eso, claro está, en lo ya estamos inmersos. Solo espero que de esta sinrazón una especie de sensatez financiera después de que gobiernos, instituciones y la gente de la calle incluso se hayan visto atrapados en ese círculo de codicia y de vivir más allá de tus posibilidades.
–¿Por qué hoy por hoy las mayores críticas a Rushdie vienen de Inglaterra, donde los tabloides se apresuran a crucificarle por su afición a las fiestas y a hacerse acompañar por guapas actrices y modelos?
–Eso de ir con mujeres guapas debe de ser un delito terrible. No sé que pasa. La verdad es que no me siento atraído por esa vida de orgías inacabables, lo que ocurre es que cada vez que salgo a la luz pública, esos periódicos y esas revistas se forran. ¿Acaso un escritor tiene que quedarse encerrado en casa? Además, Saul Bellow tuvo seis mujeres y nadie protestó. Y Norman Mailer tuvo cinco. ¿O fueron seis?
–Y, que se sepa, usted todavía no ha intentado matar a ninguna, como él.
–Ja, ja. No, todavía no. Las críticas proceden de un puritanismo muy curioso. El subtexto es que la fatua fue culpa mía, que hice algo espantoso.Según ellos, debería ponerme una túnica de arpillera, cenizas en la cabeza, flagelarme y cantar un mea culpa. Eso es lo que se lee entre líneas. Si no ¿por qué se le puede reprochar a un escritor que se lo pase bien? Ellos creen eso y yo, evidentemente, no pienso lo mismo. Por suerte, eso solo sucede en los tabloides ingleses.
–¿Es usted un hombre feliz?
–Ahora me considero una persona afortunada. Tengo unos amigos fantásticos y unos hijos increíbles.
–Y una nueva novia.
–Sí, sí, todo eso que dicen las revistas, es estupendo. Estoy escribiendo y soy feliz cuando mi trabajo funciona bien.
–¿Que sé siente cuando a uno le dan el premio mayor de la historia de la literatura inglesa, el mejor Booker de los últimos 25 años, por Hijos de la medianoche?
–Me sentí muy honrado. Pero creo que es mejor que a los autores no nos hagan competir.
–¿Complejo de ser un galgo en las carreras?
–Algo así. Lo bueno de Estados Unidos es que allí no interesan mucho los premios literarios. El auténtico premio tiene que ver con crear algo que dure mucho tiempo y eso es lo que intentamos hacer los escritores.Lo que me enorgullece es que Hijos de la medianoche ya tiene 28 años y todavía hay gente interesada en leerla.
–¿Este superbooker le resarce de haberse quedado descabalgado del Nobel por motivos políticos, como suele decirse en los mentideros literarios?