jueves, 19 de agosto de 2010

Y SANTOS....¿PARA DÓNDE VA?

Y SANTOS...¿PARA DÒNDE VA?


Escribe Cristòbal Gonzàlez


¿Para dònde va Santos? Como otros gobiernos anteriores, a fortalecer el modelo capitalista neoliberal, pero dejando que a los pobres lleguen algunas migajas, para tenerlos contentos por un tiempo y atraerlos.
Por lo pronto, da la impresiòn de que quiere mantener un equilibrio entre poderosos y dèbiles y un cierto abandono del uribato, afirmando su propio estilo. Hace buenos anuncios con buenas intenciones y algunos gestos indicadores de cierto talante progresista, pero casi de inmediato da otras señas de lo contrario. Su "prosperidad democràtica" es una prolongaciòn de la "seguridad democràtica" de su antecesor o una versiòn mejorada.
El plan que propone se enmarca bien en eso que en Europa se llamò "tercera vìa" y que se va extinguiendo. Cosa que tampoco es fàcilmente determinable , pero que en esencia es una forma distinta de vender la imagen del capitalismo.
Santos quiere agenciar aquì la tercera vìa, como lo anunciò en su campaña y esbozò en su libro "La tercera vìa: una alternativa para Colombia", prologada por Tony Blair, ahora ex primer ministro britànico, y publicado en 1999.
Conviene entònces repasar eso de la tercera vìa.
Por allà en 1938 naciò en Londres Anthony Giddens, que màs tarde serìa sociòlogo destacado. Preocupado por la decadencia de la social democracia europea se empeñò en salvarla, renovàndola. Madurò y ordenò sus ideas y las publicò en su libro "La tercera vìa: la renovaciòn de la social democracia". Hoy Giddens es profesor emèrito de la London School of Economics and Political Sciences, de la que fue director.
La tercera vìa se caracterizò en Europa por la desregulaciòn de la economìa, la descentralizaciòn administrativa, la reducciòn de los impuestos para favorecer el gran capital, la disminuciòn de la dependencia del Estado y el otorgamiento de poderes a la comunidad y a los individuos, tal como la implementò Tony Blair, su principal figura polìtica, seguido por Gerhard Schroeder en Alemania y uno o dos mandatarios màs.
Sin embargo, el modelo implementado por Blair fracasò y por eso el laborismo perdiò el poder en las pasadas elecciones, dejando el paso a los conservadores. En lo que no fallò fue en su papel de peòn de la polìtica exterior de la Casa Blanca durante el gobierno de Bush, respaldando las mentiras contra Sadam Houssein de Irak y luego la invasiòn que iba tras el petròleo iraquì, ganando el aplauso de las corporaciones petroleras. A diferencia de los No Alineados que durante la guerra frìa mantuvieron una cierta independencia de Moscù y Washington, la tercera vìa se inclina hacia el poder de los màs ricos con frecuencia.
En Amèrica Latina se aplicò la tercera vìa incluyendo a los excluidos (por lo menos en el papel), sin tocar los intereses de los ricos, y propopner el progreso material y social. Asì lo hicieron en parte Ricardo Lagos y Michele Bachelet en Chile, y Fernando Cardoso en Brasil.
Tanto en Europa como en Amèrica Latina la tercera vìa se propuso defender los postulados bàsicos del Estado de Bienestar en el marco de la globalizaciòn. Se trataba de humanizar el capitalismo para mejorarle su imagen en sectores medios y populares. Era una especie de socio-liberalismo
En el discurso se hablaba de solidaridad y justicia social, responsabilidad y oportunidades con libre mercado, reducciòn del intervencionismo estatal y de los impuestos para favorecer las inversiones. Por otra parte, se buscaba mantener la estabilidad de la macroeconomìa (Los grandes proyectos) y desarrollar polìticas de bienestar sin paternalismos.
Pretendiò tambièn crear empleo mejorando la educaciòn y otorgando beneficios fiscales a empresas que asumieran la responsabilidad de crear màs puestos de trabajo. Los dramàticos ìndices de desempleo en en varios de los paìses que implementaron la tercera vìa desdicen de sus bondades supuestas; sin negar el papel de la reciente crisis financiera en el aumento de los desempleados.
En resumen, la tercera vìa encaja muy bien en los planes para mantener el autoritarismo preservando las instituciones democràticas y dejando que ellas funcionen hasta cierto punto, pero teniendo detràs a las grandes coporaciones y complejos de la industria militar, las que en ùltimas deciden sobre lo de verdad importante.
En Colombia el modelo fue copiado tal cual y es lo que aparece en el plan que presentò Santos en su campaña. De manera que en ese marco se puede ir evaluando cada paso que dè.
Poco a poco veremos que la tercera vìa beneficia a las grandes corporaciones en detrimento de los màs pobres.
Rapasemos los primeros pasos de este gobierno y descubrimos facilmente su tercerismo.
a) Conformò un admirable gabinete de tecnòcratas, que procuren un cierto progreso material y social, lo que garantizarìa el incremento de la demanda, de la ganancia y del pronto retorno de la inversiòn; b) recogiò el proyecto de reforma a la justicia presentado a ùltima hora por el gobierno de Uribe, que incluìa el nombramiento del Fiscal General por el Presidente, lo que garantizarìa la institucionalidad democràtico-liberal sin la cual el capital no prospera; c) planteò una polìtica exterior con acercamientos a los paìses latinoamericanos, y especialmente a los suramericanos, sin alejarse de Estados Unidos (A propòsito, no entiendo por què el gobierno de Obama enviò a la posesiòn de Santos a un funcionario de tercer nivel). Su deseo de acercarse a los vecinos se manifiesta en sus entrevistas con Correa y con Chàvez; con este ùltimo para empezar a estudiar el problema de los pagos a los exportadores colombianos, sobre todo, y en su anuncio de visitar prmero a Brasil como jefe de Estado. d) Anunciò que aumentarà considerablemente el empleo de calidad y formalizarà el empleo informal, lo que aumentarìa la demanda y crecerìa la industria y el comercio. Adelantò que no crearà màs impuestos y los reducirà a las empresas que se comprometan a crear empleo. Ya dividiò al movimiento obrero, coptando a la CGT. e) Planteò tìmidamente un diàlogo con la insurgencia armada, si èsta entrega sus armas, deja su accionar y pide perdòn (que èl concederà de manera magnànima).
Finalmente, Santos necesita marcar distancia del uribato para comenzar a trabajar su reelecciòn desde ya, pero no quiere hacerlo.

martes, 17 de agosto de 2010

Los cenagales de la memoria

Por: Luis Alberto Arenas Vega *


La casaca azul de los botones de oro
Exhibiendo un botón de oro en la solapa izquierda de su casaca negra, un viejo encorvado por los años tenía la costumbre de pasearse en los días de fiesta por las calles polvorientas del puerto.
Ensimismado en sus largas caminatas el viejo médico recuerda. Cincuenta años atrás. Más de media vida. Un momento decisivo, piensa, que le cambió su destino de refugiado de otras revoluciones y lo ancló para siempre en estas playas ariscas y perdidas del Caribe.
El ser médico de cabecera del Libertador era un honor muy apetecible, pero también parece que no era tan lisonjero cargar con la responsabilidad, pues ninguno de los médicos que había en Cartagena, vino a tomar parte conmigo en la asistencia, por más que el general Montilla, a instancias mías, los llamara por varios y repetidos oficios. Tal vez por ser recién llegado de otras patrias y no tener partido…
Quien sí estuvo presto fue George B. McNight, médico cirujano de la goleta de guerra Grampus de la armada de los Estados Unidos, que venía escoltando al bergantín “Manuel” desde Sabanilla, vaya uno a saber por orden de quién. Vino en tres ocasiones, se enteró de los pormenores de la enfermedad, de los remedios aplicados, intercambiamos frases de ocasión y partió raudo a informar a sus jefes. La nave levó anclas de la bahía el cinco de diciembre a seguir persiguiendo piratas, su cometido oficial.
Recordó haberlo encontrado en los primeros días de su llegada al ingenio sentado bajo un enorme tamarindo cercano a la habitación. Mientras permanecía allí nadie se atrevía a interrumpirlo. Otras veces se acercaba a la orilla del Manzanares y sentado en una piedra se entretenía viendo rodar las aguas por largo rato. Pero esto fue solamente por tres o cuatro días porque se notó que el sereno de la tarde no le convenía y se recluyó. Desde entonces no salió más de la pieza, en donde se lo pasaba regularmente sentado o recostado en una hamaca. Cayó en cuenta que siempre hablaron en francés, esa lengua que tanto amó y tan útil le sería desde la juventud.
Recordó escucharlo en medio de los ensueños y delirios de la fiebre: «¡Vámonos! ¡Vámonos!... ¡Esta gente no nos quiere en esta tierra…! ¡Vamos, muchachos!... Lleven mi equipaje a bordo de la fragata.» Pero otros testimonios quizá más veraces, la memoria en ocasiones se confunde, dan cuenta que en sus desvaríos era a su mayordomo a quien llamaba: «¡Vámonos, José, que de aquí nos echan!... Destruye mis papeles y guarda mi casaca azul con botones de oro!...»
Recuerda. En la memoria aparecen puntuales los instantes de la muerte; eran la una de la tarde de un fatídico viernes de diciembre.
Me senté en la cabecera sosteniendo en mi mano la del Libertador, que ya no hablaba sino de un modo confuso. Sus facciones expresaban una perfecta serenidad: ningún dolor o seña de padecimiento se reflejaban sobre su noble rostro.
El oficio de la vejez es el de los recuerdos. Persistentes llegan a la memoria y según afirman algunos nos acompañarán más allá de la muerte. La historia destruye recuerdos, por eso hacerla debe ser tarea de jóvenes.
Acabada la autopsia del cadáver, que fue trasladado sobre la marcha de la quinta de San Pedro a la casa que primero habitó el general Bolívar en Santa Marta, la de la Aduana, fue menester proceder a su embalsamiento. Por desgracia estaba enfermo el único boticario que había en la ciudad. Muy escasas fueron si no faltaron, las preparaciones que se usan en semejante caso, hallándome solo para practicar esa operación. Se me hizo muy laboriosa la tarea, máxime cuando se me había limitado un corto tiempo, y que este trabajo se hacía de noche. Así es que no se concluyó sino cuando era ya de día. Yo iba a retirarme para descansar de tantas fatigas y desvelos, cuando el señor Manuel Ujueta, a la sazón jefe político, me hizo presente que nadie en la casa era capaz para vestir el cadáver, y a fuerza de empeño me comprometió a desempeñar esta última y triste función. Entre las diferentes piezas del vestido que trajeron se me presentó una camisa que yo iba a poner, cuando advertí que estaba rota. No pude contener mi despecho, y tirando de la camisa exclamé: «Bolívar, aún cadáver, no viste ropa rasgada; si no hay otra, voy a mandar por una de las mías». Entonces fue cuando me trajeron una camisa del general Laurencio Silva que vivía en la misma casa.
En la vejez los recuerdos se entrecruzan, se confunden, como si se mordieran la cola, o mejor, forman una cinta que no tiene principio ni fin y que es igual mírese de donde se mire. He olvidado…, pero ya regresará a la memoria en qué momento José Palacio trajo la casaca preferida, la de color azul con botones de oro. Es extraño que no recuerde cómo se la vestí. Era el objeto venerado que lo venía acompañando desde el Alto Perú y lo siguió hasta convertirse en polvo y confundirse en un solo cuerpo.
El cortejo que conducía los restos comenzó a las cinco de la tarde del lunes siguiente y llegó a las ocho de la noche a la iglesia catedral. Había leído, recuerda, en la relación del secretario de la comandancia general del Magdalena, señor J. A. Cepeda que la procesión iba “… sin los cuatro cañones de campaña ni destacamento de artillería que previenen la ordenanza, por no haberlos en la plaza… pues no habiendo en la plaza de Santa Marta tropas suficientes, piezas de artillería ni otros recursos preciosos para enterrar a Su Excelencia con todo aquel aparato y pompa que previenen las ordenanzas del ejército, la comandancia general ha tenido que pasar por la doble pena de no haber podido tributar a S.E. todos los honores que por su graduación le correspondía, y que eran tan justos y dignos de sus virtudes y heroicos servicios.”
Después de los últimos oficios, sin la presencia del señor obispo que mandó decir se encontraba enfermo, y ya para darle sepultura, las autoridades superiores y los generales del ejército comenzaron a arrancar los botones de oro de la casaca del héroe.
Viendo aquello palidecí; pero no pude contenerme cuando alzaron el cadáver para tirar de los que había en el talle:
---«Señores, les dije, yo no consiento en esa profanación».
Fue una reacción tardía. Un botón, sin embargo, había quedado.

El juez político don Manuel Ujueta
Le correspondió al juez político del cantón de Santa Marta don Manuel Ujueta dictar las medidas para el entierro y las posteriores honras fúnebres celebradas el 30 de diciembre en la provincia de Cartagena y el 17 de enero de 1831 en Santa Marta.
Como los fondos de carnicería y cárcel no alcanzaban también cumplió la penosa tarea de adelantar una colecta pública para dichos funerales. Las donaciones alcanzaron los ochenta y dos pesos. “La lista de individuos que aportaron para los gastos de los funerales de S.E. el Libertador, reza el informe que elevó a la autoridad competente, fueron el señor gobernador Manuel Valdés: $17.oo; el general José María Carreño: $6.oo; el coronel Joaquín de Mier: $16.oo; los hermanos Evaristo y Manuel Ujueta y el señor José Ximeno: $8.oo c/u; Pedro D. Granados: $5.oo; doctor Esteban D. Granados: $4.oo; José Antonio Cataño: $2.oo; Lorenzo Espejo, Gregorio Franco, Luis Bermúdez, Juana Ujueta, Joaquín Viana y Mario Avendaño: $1.oo c/u; Magín Artus, Luis Sielley, José de Jesús Calderón, Antonio María Silva y un señor X: $0.40 c/u.” En los recibos se discriminan el valor y el concepto de los gastos, entre ellos, cuatro cabuyas, una lanza para la bandera, media docena de tablas. La postura y quitada del velo negro para cubrir de luto el altar mayor, tres músicos para tocar en las honras, y la escandalosa suma de veinticinco pesos que cobró el sacerdote español José Machaneca. La excavación duró cinco días entre un oficial y dos ayudantes; circularon rumores que se abrieron dos fosas dentro de la iglesia, una para sepultarlo públicamente y otra para esconderlo e impedir que sus enemigos violaran el templo, exhumaran el cadáver y lo desaparecieran. Sí es cierto que la tumba nunca tuvo lápida que indicara el nombre de los restos en ella depositada, hasta años después cuando un oficial caritativo se hizo cargo de ese deber.
En la nave derecha se ve el altar de san José y a sus pies la bóveda de la familia Díaz Granados, en que se sepultó en 1830 primeramente el cadáver, que debía permanecer allí hasta que circunstancias más favorables permitieran que se le diese una sepultura mas monumental y correspondiente a la nombradía del Libertador.
Una réplica del terremoto del veintidós de mayo de mil ochocientos treinta y cuatro, acaecida dos días después, derribó parte de la catedral y conmovió la tumba del Libertador cuarteándola. La iglesia se reconstruyó pero la bóveda se dejó para más tarde y luego se olvidó.
En 1837 la tumba comenzó a hundirse, pero por fortuna ese mismo año había regresado del exilio de un lustro en Kingston don Manuel Ujueta, quien siendo perseguido y expropiado sus bienes había huido a Jamaica. En su casa de la calle Grande, estuvieron los restos por tres días, mientras se reconstruía la bóveda. Existe una carta de Juana Bolívar a don Manuel, fechada el 28 de febrero del 38 en Caracas, donde se deja una constancia: “He sabido por un periódico de esta ciudad, que habiéndose hundido la bóveda donde están depositados los restos de mi difunto hermano Simón Bolívar, V. hizo repararla a su costa, impidiendo que fuese macizada como se intentaba.”
Finalmente, “conforme a un documento suscrito por el señor don Francisco J. de Osuna, escribano público, hecho en 26 de julio de 1839, los restos fueron trasladados en presencia del capitán Joaquín Atanasio Márquez y de los señores Obregón, sobrinos del señor Ujueta y Bisais, a una nueva bóveda construida debajo de la cúpula, y se le puso la lápida con el nombre del Libertador y del capitán Márquez. Este veterano se valió del señor J. B. Quintana, residente en Santa Marta, comerciante pudiente, quien facilitó los dineros necesarios para construir esa tercera bóveda y traer la lápida desde Nueva York.”
Alguien me ha contado o lo soñé en las madrugadas de insomnio propio del peso de los años, que al regreso del exilio---en estas tierras todos somos desplazados a su debido tiempo, el general Santander, al pisar la innominada tumba del héroe la golpeó con el pié exclamando «con que aquí está enterrado…» Y dando muestras de una furia refrenada de muchos años, dio la espalda y abandonó el lugar.
Han transcurridos tres años desde la postura de la única lápida que señala el sitio de la sepultura. Eran las cuatro de la tarde de un veinte de noviembre oscuro y frío, cuando fueron exhumados los restos y entregados por el gobernador de la provincia a la comisión venezolana que los llevaría a Caracas, escoltados por barcos de guerra de los Estados Unidos, Francia y Holanda, quienes deberían asegurar a sus gobiernos que el fantasma había regresado a sus lares originales y que según es costumbre, a nadie debería perturbar en adelante.
Al separarse las últimas losas que formaban la tapa sepulcral, se vio el cajón de plomo con visos de fractura; luego después de abierto apareció el esqueleto, bastante deformado, del que tuvo una vida gloriosa, que solamente podía ser conocido por el facultativo que había hecho la autopsia del cadáver.
Recuerdo haber afirmado que entre los despojos del general Bolívar debía hallarse un botón de oro, el único que habían dejado a la casaca.
Buscado cuidadosamente y hallado que fue, José Vargas, jefe de la comisión del Congreso de Venezuela, que estaba en los antecedentes, me lo presentó, diciéndome:
---“Tengo encargo de la familia del Libertador para ofrecerlo a usted.”
Los circunstantes que rodeaban la sepultura se apresuraron a recoger los trozos del cajón de plomo que les repartía el gobernador, para guardarlos como reliquia del ausente Padre de la Patria.

Quinta de La Magdalena, Lima, año 26
Las batallas de Junín y Ayacucho y la creación de la república de Bolivia en el Alto Perú señalaron tanto el cenit de su gloria como la señal de partida que sus generales esperaban para destruir una obra que los abrumaba por la grandeza de su alcance.
“Un día, en medio de la concurrencia más selecta que imaginarse pueda, una joven de provincia, de 18 a 20 años de edad, bella como la luz de la mañana, presentó a Bolívar unos botones bien bruñidos, macizos, del tamaño de avellanas grandes.
---Señor, le dijo, no tienen otro mérito, que el de haber sido hechos con el oro de las pulseras que regaló a Atahualpa una india enamorada.
---Gracias, señorita, le repuso con emoción.”
Bolívar se mandó hacer una casaca y narraba con entusiasmo en las tertulias de sobremesa la manera como le fueron obsequiados dichos botones. Exclamaba con orgullo “son del oro de las pulseras de Atahualpa”, anota en su diario el segundo jefe del batallón Junín. La casaca sobrevivió a variadas vicisitudes, como su dueño, según apuntes del diario citado:
“Vamos camino de la ciudad.
El coronel José Gabriel Pérez, secretario general del Libertador, se me ha acercado y me ha dicho:
---“¿No es verdad que son preciosos los botones del Libertador?”
En aquel instante el sol le daba de frente y cada botón despedía un iris de luz.
---“Cómo, le repuse, sorprendido, ¿esos son los del oro de Atahualpa?”
---“Ni más ni menos, amigo mío.”
---“Pero dime, ¿dónde aparecieron?”
---“El Libertador cree que todo ha sido broma de duendes”; y sonriendo maliciosamente, puso su caballo a galope y fue a reunirse con Bolívar.”
En una misiva del 27 de junio de 1826, quinta de La Magdalena, de Pérez al segundo jefe del batallón Junín, teniente-coronel Pedro Blanco, ahora en el puerto del Callao, le comenta:
“… Han aparecido los consabidos botones, perdidos dos veces más. La primera los reconoció el Libertador en el dormán de un capitán de Húsares de Ayacucho, y los reclamó sin enfado; la segunda vez estaban varios oficiales jugando al dado en el molino que separa los jardines de las huertas, cuando vinieron a darle cuenta de aquel hecho irregular. Ya sabes tú que el General Bolívar no perdona en asuntos de juegos o trago. Tomó la capa y se dirigió al molino… El Libertador comprendió que se trataba de los suyos y no aguardó el desenlace de la parada. Se embozó en la capa, y medio corrido regresó para la casa grande: yo lo esperaba.
---“Pérez, me dijo, los oficiales del batallón “Vargas” están jugando con mis botones. Vaya Ud. y reclámelos; pero no humille a nadie, ni quiera conocer a ninguno”.
Es por demás decirte que Bolívar sabe que está en “Vargas” el duende que persigue sus botones…”

Me quieren matar muchas veces
Recuerdo una nota de mi buen amigo Miguel Vengoechea que me animaba a publicar las memorias sobre la última enfermedad, los últimos momentos y los funerales de Simón Bolívar. Allí dejé constancia que la hostilidad y la infamia, como la peste, nos alcanzó a todos.
“Después de los funerales el general Montilla me llamó, y en presencia del coronel Pedro Rodríguez me dijo que yo presentase la cuenta, como médico, de mi asistencia al general Bolívar, y le contesté en estos términos: ---“Nunca pensé, ni pienso sacar una recompensa pecuniaria de mi asistencia al Libertador. Qué mas premio que el honor insigne de haber sido su médico? Además de eso se me haría un escrúpulo aceptar retribución al general Laurencio Silva, quien por escrito me pidió amistosamente la misma cuenta antes que usted.” Hice pues lo que me pareció decoroso, y no me arrepiento de haberlo hecho. Sin embargo insistió el general Montilla en sus ofrecimientos, y viendo que no podía persuadirme sobre este particular, me dijo: ---“Aceptaría usted el despacho de cirujano mayor del ejército? ---Mil gracias, mi general y dispénseme si rehúso; prefiero mi libertad a todo empleo asalariado.” Se quedó un rato admirado, pero no tardó en decirme en tono algo jovial: ---“Ahora si aceptará usted siendo ad honorem el despacho? ---De esta manera nada tengo que objetar, mi general. ---No tenga usted cuidado que a vuelta de correo tendrá usted el despacho ofrecido.” Efectivamente, supe indirectamente que el dichoso, me equivoco, el desdichado despacho había llegado a Cartagena para tomar razón en las oficinas de la intendencia. Pero estaba escrito que no llegaría a mis manos el tal despacho, pues el general Montilla, después de la defunción del Libertador, hostilizado por una reacción política fue sitiado en la misma Cartagena y tuvo que salir para Jamaica, después de haber capitulado. Entonces fue cuando vino de Bogotá el coronel Montoya, quien echando mano al archivo de la intendencia, aniquiló todos los papeles o documentos que procedían del gobierno del general Rafael Urdaneta, llamado intruso; y sin duda mi pobre despacho participó de la suerte infausta de los demás papeles tildados de ilegalidad. Teniendo la certeza que había existido el consabido despacho, pues los señores doctor Ignacio Carreño y J. A. Cepeda, secretarios en el despacho de la intendencia, lo habían visto en la gobernación de Cartagena, me pareció muy natural reclamarlo, aguardando una oportunidad. Estando pues de presidente el general Tomás C. Mosquera en el año 1845, dirigí una representación al gobierno para que se me otorgara, si no el despacho, a lo menos un documento donde constate que se había expedido a mi favor, a principios del año 1831, el despacho de cirujano mayor del ejército ad honorem, bien que dimanado del gobierno llamado intruso del general Rafael Urdaneta; como que la política no debía tener injerencia en los servicios privados prestados al General Simón Bolívar por su médico de cabecera.
Esta solicitud mía fue negada con términos lisonjeros para mí, es verdad, pero esa negación fue algo perjudicial en circunstancias que yo hubiera utilizado si hubiese poseído aquel título. Lo mismo sucedió con una representación hecha por mí en 1846 al gobierno de Venezuela, siendo presidente el general Carlos Sublette, bien que fuese apoyado por varios notables venezolanos y aún por el ministro francés señor David, con la diferencia que la repulsa no fue tan almibarada como la del gobierno granadino. A pesar de estos desaires, a los cuales no quedé insensible, creo haberle logrado el único objeto de esta digresión, y es dar a conocer el carácter noble y generoso del finado benemérito general Mariano Montilla, que no excusó medio alguno para que un testimonio de gratitud fuese dado al último médico del Libertador Simón Bolívar.”
Tomás C. Mosquera fue el mismo que había recibido de Bolívar las más encomiables muestras de simpatía y se preció de ser bolivariano hasta el final de sus días. Tan es así que la biblioteca del Libertador, en su mayoría libros en francés, terminó en sus manos y se cuenta que la Jérusalem délivrée de Tasso que formaba parte de esa colección lo acompañaba en sus infinitas guerras con que asoló al país. Tarea que compartían y les era común con sus enemigos anti-bolivarianos como José María Obando, José Hilario López y toda esa ralea de la misma estirpe---castigo de los dioses impuesto a estas desgraciadas tierras desde siempre.
Genuinos representantes de la oligarquía caucana que no le perdonó a Bolívar la aprobación de la ley de vientres del 21 de julio de 1821. Para burlarla escondían en sus haciendas de la inhóspita y realista región del Patía a las esclavas próximas a ser madres para evadir los alcances legales que declaraban libres a los futuros hijos. Para irrisión de la historia murieron defendiendo la libertad absoluta de los esclavos pues les era necesario aprovecharse de ellos en sus interminables guerras de opereta.
Cuando Bolívar tomó la decisión de participar en la guerra por la independencia de la América Meridional liberó a los esclavos que por herencia había recibido de sus padres, una decisión que lo separó para siempre de la fronda venezolana pero que nimbará su gloria en las páginas de la historia. Proclamó que la libertad era para todos o no lo era para nadie. Uno de los libertos, José Palacio, lo acompañaría voluntariamente hasta la muerte. Heredaría por decisión testamentaria ocho mil pesos, dinero que se negaba a recibir. Los gastaría en licor en los lupanares de Cartagena de Indias para después morir abandonado de todos.
En una carta enviada desde la hacienda de San Mateo al mismo Soublette, fechada un catorce de abril del treinta y ocho, María Antonia Bolívar le expresa: “Mi hermano Simón dejó dispuesto en su testamento o última voluntad que sus restos mortales fuesen depositados en Caracas, en la capilla de la Santísima Trinidad. Cerca de ocho años hace que falleció; sus cenizas yacen en países extranjeros, no porque nosotras sus hermanas no hayamos hecho toda especie de gestiones y esfuerzos para cumplir con un deber sagrado, sino porque siempre hemos encontrado un obstáculo, casi insuperable, en las circunstancias políticas que en diferentes épocas han agitado a Venezuela.
Creo que el tiempo transcurrido desde el fallecimiento de Simón, hasta la fecha, es más que suficiente para que se hayan calmado, si no extinguido, las pasiones de los hombres; y yo por mí, y a nombre de los demás herederos, hago a usted con encarecimiento la súplica de que nos conceda el permiso de trasladar a Caracas las cenizas de mi hermano, sirviéndose dar para que no se nos estorbe o coarte el uso de aquél, las órdenes que usted crea más oportunas y convenientes…” El general, al igual que Antonio José Páez en otras circunstancias, trasladó la solicitud al congreso, el mismo que le había prohibido pisar tierra venezolana. Páez, poseedor de una astucia proverbial, pasados los años escribiría dos grandes volúmenes para justificar que sí, o que no, o tal vez todo lo contrario.
Por fin en 1842 se tomó una decisión, al percatarse que hallarían cenizas y que si dejaban transcurrir más tiempo ni eso encontrarían. La comisión del congreso neogranadino también llegó puntual a la hora y al sitio convenido portando una pequeña urna de madera. En esa tarde gris todos parecían convencidos de algo que no podía precisarse, pero que todos sobreentendían. Unos pensaban en quitarse un pesado lastre, otros en lavar una afrenta, pero lo que entregaron y se llevaron fue una ilusión… ¡un sueño fracasado en el cual todos trabajaron con diligencia insuperable para frustrarlo!
Los monumentos que la ley de 31 de mayo de 1834 mandó a erigir en la catedral de Bogotá para guardar el corazón, y en la de Santa Marta para señalar el punto en donde estuvo el sepulcro, naufragaron con el vapor Cuaspud, en las costas venezolanas en 1867; circunstancia afortunada, pues el corazón nunca fue encontrado. Y la estatua que fue colocada en el templete del parque del Centenario de la ciudad capital, y cuyo velo se descorrió por el presidente de la república, general en jefe don Ezequiel Hurtado, el 20 de julio de 1884, fue retirado de allí poco después, por no corresponder con las reglas estrictas de la estatutaria de la capital de la república. Reglamento que nadie ha conocido ni aplicado desde entonces.
El ingenio de San Pedro y sus instalaciones fueron abandonados por su dueño en los años 60 por problemas de legalidad de tierras y luego adquirida por la gobernación del Magdalena en el 90. Pedro E. Montarsolo, escultor de la primera estatua tallada en mármol de Carrara ordenada por el gobernador en 1891 para ser instalada en la quinta, se volvió loco y se mató arrojándose del coro de la iglesia de San Pedro Claver en Cartagena…

Ya es tiempo
Aún no he olvidado que de todos los epitafios el que más se correspondió con la mutua simpatía que se profesaron, fue el de Cartagena de Indias:
A los augustos manes
de
BOLÍVAR EL GRANDE
Buen ciudadano, próvido magistrado
Esclarecido legislador,
Sirvió,
Mandó e ilustró a su Patria

Yo hubiese colocado en letras de oro de aluvión del río San Juan esculpidas sobre una lápida de mármol rojo del Turquestán,
aré en el mar y construí sobre la arena
Los recuerdos pesan tanto como los años. El desconocerlo es el secreto de los más jóvenes. Ya es el momento de desembarazarse de ellos, de aligerar el paso por el sendero que nos conduce al destino final. Allí, donde todo lo que hemos realizado es efímero. El tiempo apremia, la muerte llega... que nos encuentre lúcidos y livianos tal como empezamos.


BIBLIOGRAFÍA
El lector atento podrá comprobar que textos completos han sido tomados de los siguientes documentos.
CAPELLA Toledo, Luis, “Leyendas históricas”, cuarta edición aumentada y corregida, editorial Minerva, Bogotá, 1948.
MÉNDEZ, José Ignacio, “El ocaso de Bolívar”, editorial Minerva, Bogotá, 1951.
RÉVÉREND, Alexandre Prosper, “La última enfermedad, los últimos momentos y los funerales de Simón Bolívar Libertador de Colombia y del Perú”, Imprenta Hispano-americana de Cosson y comp., París, 1866. Edición fotostática de la tipografía Escofet, Santa Marta, s.f.
UJUETA de Hamilton, Nicolasa, “Manuel de Ujueta y Bisais-Fiel y leal amigo del Libertador Simón Bolívar y celoso guardián de su tumba”, compilación histórica por su nieta Nicolasa Ujueta de Hamilton, Beyco, Manizales, 1942.

NOTAS
Alexandre Prosper Révérend, el médico que atendió los últimos momentos del Libertador, nació en el pequeño pueblo de Falaise, Normandía, Francia, en 1796. Llegó Santa Marta en 1824, donde murió en 1881 después de presenciar el cortejo fúnebre de todos sus malquerientes. Sus cenizas se hallan en la hacienda de San Pedro Alejandrino.
Manuel Ujueta y Bisais, nació en Santa Marta en 1798 y murió en Barranquilla en 1871, donde reposan sus restos mortales.
Hoy en todo pueblo que se respete en la jurisdicción del antiguo departamento de la Nueva Granada la plaza principal lleva el nombre de “Plaza de Bolívar”; y en el de Venezuela, cuando un desprevenido caminante pasa por el lado de una estatua del Libertador, es posible que un gendarme le recrimine si no se descubre por “irrespeto” al héroe. ¡Así son de volubles los recuerdos de los hombres!

*El autor: ingeniero electrónico, ha publicado los siguientes libros: “Jirones de la memoria-crónicas sobre el conflicto colombo-peruano”, “Las telecomunicaciones en Colombia”, “Historia de las ideas sobre electricidad y magnetismo” (serie en diez tomos, publicados cuatro, dos próximo a editarse y cuatro en preparación).