sábado, 24 de enero de 2009

Hacer yogur en casa

Para todas aquellas personas que preferirían elaborar su propio yogur en casa, hemos dedicado esta receta sencilla y rápida de preparar.
Ingredientes:
1 litro de leche (o menos, depende del que tomemos).
1 cucharada de yogur.
Elaboración:
Calentamos la leche a unos 40 grados, que esté bien caliente, pero que no queme mucho.Ponemos la leche en un envase y le añadimos una cucharada de yogur.Lo movemos un poco, tapamos la botella y la envolvemos con una manta o algo que permita que se mantenga el calor.Al día siguiente, ¡ya tenemos nuestro yogur hecho!
Conservación:
Para conservarlo tenemos que ponerlo en la nevera una vez hecho.Dura 3 o 4 días.
Tener en cuenta:
No calentar demasiado la leche, o mataremos la bacteria que permite que el yogur se reproduzca. Podemos reutilizar alguna botella de zumo o cualquier envase vacío, bien limpio. Conviene que no sea muy ancho para que se conserve mejor el calor. Si guardamos una cucharada de cada botella de yogur que hemos hecho en casa, no tendremos que comprarlo. Si no comemos mucho yogur, mejor poner menos cantidad de leche o se nos estropeará. Si tenemos asma, alergias o mucosidad, los lácticos no son demasiado recomendables.

Implicaciones religiosas de Obama

Por
Bernardo Barranco V.
ColombiaPlural/Inestco


El Vaticano mira con cierto recelo las posiciones liberales y los antecedentes político-religiosos del nuevo mandatario. Existen reservas y desconfianza hacia un político inclinado a las causas que chocarán con la ortodoxia católica como son la defensa de las minorías laicas, el acceso al aborto y la inversión en investigaciones biogenética
Los elementos religiosos en la toma de posesión de Barack Obama forman parte de la cultura política estadunidense. El hecho de que antes de su toma de posesión fuera a orar a la iglesia de Saint Johns y que haya jurado en la misma Biblia utilizada por Abraham Lincoln no representa una violación a la dimensión laica del Estado ni una afrenta a las demás denominaciones cristianas ni a las otras religiones. Porque el fundamento de la sociedad estadunidense está constituido por diversas iglesias libres, para las cuales tiene un valor estructural precisamente no ser Iglesia del Estado ni un Estado confesional. Es decir, existe en la base de la sociedad una clara separación entre Estado y las iglesias, reclamada por la misma religión; una separación motivada y estructurada en la que el Estado no es más que un espacio libre para las diversas comunidades religiosas.
Barack Obama es heredero de una tradición de políticos y líderes religiosos negros como Jesse Jackson y Martin Luther King, quienes tejieron en su actuar social y político los valores religiosos. Dicha imbricación se percibe en los discursos, gestos e impostación que va más allá del orador convencional; Obama posee tan extraordinario carisma que toca las fronteras del predicador religioso. Durante su campaña, a menudo habló, de manera elocuente, acerca de la importancia de la religión en la vida pública.
Obama tiene una trayectoria religiosa peculiar, poco convencional. Sus padres son religiosamente parcos: madre cristiana de tradición metodista y bautista, y padre keniano de cultura musulmana, pero ateo. El hoy presidente creció en diferentes partes del mundo con muchas influencias culturales y espirituales, sin religión en particular. Hace 20 años se convirtió al cristianismo en la iglesia Trinity United Church, sur de Chicago, que reivindica la negritud, afiliada a la Iglesia Unida de Cristo de corte pentecostal, caracterizada por audaces posiciones liberales en torno a homosexuales, mujeres, indigentes y pobres.
Aunque durante su campaña enfatizó su adhesión cristiana, tuvo que sortear fuertes adversidades sembradas por sus oponentes en torno a su supuesta religiosidad islámica, todavía la revista Newsweek registró en una encuesta que 12 por ciento de los votantes creían incorrectamente que era musulmán. También enfrentó los supuestos vínculos e influencia del radical y "extremista" pastor Jeremiah Wright, quien realiza encendidos discursos contra la mayoría blanca estadunidense.
La estrategia de Barack Obama en campaña fue la moderación: ofreció reducir el número de abortos y favorecer a la familia y en encendidos posicionamientos se manifestó contra la violencia, la guerra, la pobreza, el desempleo, los indigentes, el alto nivel de divorcios, problemas que asoció con la falta de valores morales y religiosos.
Estos mensajes, dirigidos al conservadurismo religioso, no bastaron: le tiene desconfianza, y seguramente añorará las iniciativas que Bush encabezó desde 2004 para volver a penalizar la práctica del aborto y prohibir las uniones gay. Pese a todo, en campaña mostró mayor soltura ante temas religiosos que su oponente John McCain, de tal suerte que fue arrebatando paulatinamente la tradicional bandera de los republicanos por abordar de manera exclusiva los temas religiosos. Durante su campaña, pidió reiterativamente a evangélicos y creyentes neoconservadores que antepusieran su fe sobre prejuicios y preferencias políticas, solicitándoles una oportunidad.
En torno a la dimensión política de la religión marca distancia con respecto a las posturas propuestas por Bush: no sólo hay que proteger al Estado del confesionalismo, sino que se debe proteger a las iglesias de la injerencia del Estado. Obama sentenció: "Mi criterio general es que si una congregación o una iglesia o una sinagoga o una mezquita o un templo quiere brindar servicios sociales y acceder a fondos gubernamentales, deben ser capaces de estructurarlo de modo que toda la gente pueda acceder a esos servicios, y de un modo en que no veamos el dinero del gobierno usado para hacer proselitismo. Ésta, por cierto, es una visión basada no sólo en la preocupación de que el aparato del Estado sea capturado por alguna fe religiosa en particular, sino también porque quiero a la Iglesia protegida del Estado. Y no creo que logremos promover la increíble riqueza de nuestra vida religiosa y de nuestras instituciones religiosas cuando el gobierno empieza a estar profundamente enredado en sus asuntos. Ésta es parte de la razón por la cual ustedes, los europeos, no tienen una gama tan rica de instituciones religiosas y de fe viva. Parte de esto se debe a que tradicionalmente la Iglesia era una extensión del Estado. Y también existe una menor experimentación, menos vitalidad, menos respuestas a los anhelos de la gente. Se ha convertido en una institución rígida que ya no sirve a las necesidades de las gentes. La libertad de religión en este país, creo, es precisamente lo que hace a la religión tan vital" (Beliefnet.com, 30/01/08).
Con todo y sus buenos oficios, Obama no será un presidente cómodo para el Vaticano ni para la propia Iglesia católica estadunidense. Sin duda la jerarquía católica extrañará el conservadurismo del presidente saliente en temas como la defensa de la familia, el aborto, la anticoncepción, el rechazo a nuevas formas de pareja.
Veremos cómo se desarrolla su relación en el plano internacional.

jueves, 22 de enero de 2009

Paté de aguacate y garbanzos

Esta receta es fácil de preparar, rica y nutritiva, y es una alternativa para todos aquellos que prefieren una alimentación sana.
Ingredientes150 gr. de garbanzos ya cocidos; 2 aguacates recién pelados; zumo o jugo de medio limón; tahin (puré de sésamo o ajonjolí), dos cucharadas soperas; sal marina; una pizca de comino molido ( se puede variar y usar curry, jengibre, pimienta, etc.).

Elaboración

Se debe triturar todos los ingredientes hasta obtener una pasta o paté bien homogéneo.Luego podemos probarlo y valorar si es necesario o no añadir un poco más de sal o cualquier otro ingrediente.Si dejamos el hueso del aguacate dentro del paté estaremos más seguros de que no se nos oscurezca después de un ratito de haberlo preparado.Podéis disfrutarlo de diferente manera, sobre una tostada o sobre tortitas de arroz, una tortilla mexicana o comerlos con unos nachos o chips.

martes, 20 de enero de 2009

Por qué nuestras mascotas producen felicidad

Según parece, un animal doméstico es capaz de proporcionarnos una experiencia emocional similar a la del contacto con los niños. Dos nuevos estudios demuestran que luego de jugar con sus mascotas los dueños sufren en su interior un "estallido" de una hormona asociada con el instinto maternal, el enamoramiento y el placer.

Se trata de la oxitocina, conocida también como la "droga del amor", que disminuye el estrés, combate la depresión e influye en la construcción de la confianza entre las personas. Varios estudios sobre ratas y ratones probaron también la influencia de la oxitocina en la formación de los vínculos interpersonales y en la construcción de la memoria social.

Entonces, los biólogos Miho Nagasawa y Takefumi Kikusui, de la Universidad de Azuba, en Japón, se preguntaron si el contacto social entre miembros de dos especies distintas también elevaría los niveles de oxitocina. "A los dos nos gustan mucho los perros y ambos sentimos que algo cambia en nuestros cuerpos cuando nos miran", dijo Kikusui.

Los biólogos convocaron a 55 personas con sus mascotas para participar en una sesión de juegos en el laboratorio. Antes y después del ensayo, que consistió en dejarlos jugar libremente con sus perros, les midieron los niveles de oxitocina mediante un análisis de orina.

Luego, los investigadores le pidieron a otro grupo de participantes que se sentara en una habitación y tratara de evitar en todo momento el contacto visual con sus animales.

Los biólogos grabaron las sesiones de ambos estudios, midieron cuánto tiempo los perros habían mantenido la mirada en sus dueños y, según los resultados, dividieron al grupo que había podido jugar con sus mascotas en dos subgrupos: mirada de larga duración (aproximadamente 2,5 minutos) y mirada de corta duración (menos de 45 segundos).

Nagasawa y Kikusui descubrieron que el nivel de oxitocina en los participantes que habían pasado mayor tiempo haciendo contacto visual con sus mascotas era 20% más alto. En cambio, los niveles de la hormona en quienes no habían podido mirar a sus mascotas fueron levemente más bajos que al inicio del estudio.

El poder del humor

Para Kikusui, el contacto visual es positivo para el vínculo entre el dueño y su mascota. Los participantes que habían tenido contacto visual por más tiempo con sus perros consideraron que esa relación les producía más satisfacción que al otro grupo.

Aun así, cuando en un segundo ensayo se le pidió a ese mismo grupo que no mirara a sus animales durante una sesión, los participantes experimentaron un leve aumento de los niveles de oxitocina.

Un aumento excesivo de esos niveles de la "droga del amor" podría explicar, según Kikusui, por qué jugar con perros puede mejorar el humor y reducir los síntomas de ansiedad y de depresión. Los resultados de estos ensayos aparecen publicados en la revista Hormones and Behavior .

Del desastre Bush al imperio Obama

Por Ricardo García Duarte
Revista Virtual RAZON PUBLICA18/01/2009


Bush, que ya se va, activó los dispositivos del intervencionismo militar. Ahora Obama se situará ambiguamente entre la lógica imperialista y la lógica de una sociedad democrática globalizada.
Barack Obama, el nuevo presidente de Estados Unidos, es el proclamado anti-Bush. Así consiguió instalarse en el imaginario colectivo. Bush es no es ya, digamos, El Diablo -como lo soltó el pintoresco Hugo Chávez en Naciones Unidas - o el Satanás que salmodian los fundamentalistas islámicos. Tal vez no alcance a serlo; pero sí que es, para decirlo en términos occidentales y políticos, el imperialismo redivivo. El imperialismo puro y duro, resurgido desde el fondo de las lógicas de dominación, y escapado por entre las nieblas apaciguadoras de una globalización que ha consagrado "el fin de la historia".
Cuando se creía que las leyes del mercado y los mecanismos de la democracia harían que el conflicto y la pertinencia del sometimiento fueran ejercicios a punto de desaparecer en la escena internacional, henos aquí que aparece míster George Walker Bush. Irrumpe en el saloon dejando atrás las dos alas batientes de la puerta, y restablece de un golpe las viejas reglas del juego. Impone la razón del viejo orden. O, mejor, la hace ruidosamente explícita, por si algunas mentes liberales y reblandecidas pensaban olvidarla.
Un Bush invasor y contrario a las garantías constitucionales
Los Estados Unidos de George W. Bush desataron dos guerras, la de Irak y la de Afganistán; ambas seguidas por ocupaciones militares y, lo que es peor, acompañadas por la tortura y otras prácticas contrarias a los derechos humanos; prácticas éstas de las que son lugares tristemente emblemáticos las prisiones de Guantánamo y Abu Ghraib. Es decir, el Estado americano transgredió y vulneró los propios fundamentos constitucionales en los que se apoya su política de los derechos y garantías civiles, al tiempo que hizo girar únicamente sobre la fuerza sus relaciones con algunos de los Estados a los que consideraba sus adversarios.
Al Irak de Saddam Hussein y al Afganistán del Talibán, situados ambos muy lejos de sus fronteras -demasiado como para representar un efectivo peligro para su seguridad- les hizo la guerra en vasta escala y los ocupó territorialmente.
Cierto es que con anterioridad a estos sucesos, Estados Unidos fueron objeto del más devastador e impactante atentado terrorista que pudiesen sufrir; algo que vino a significar sin duda un desafío a su seguridad nacional; atentado realizado, eso sí, no como el reto convencional de otro Estado, sino como la provocación desmesurada y criminal de un grupo, Al Qaeda.
Con una intensa inspiración religiosa y con una articulación interna que adopta la forma de constelación de grupos -lo que le permite una presencia mimetizada en el interior de varios países- Al Qaeda representaba una amenaza explícita y terrible, a la que había que responder. Pero no era, con todo, la amenaza o el desafío de guerra lanzado por otro Estado, por más que dicho grupo pudiera contar con una fuerte presencia en Afganistán.
Las guerras contra Irak y Afganistán no tenían, por tanto, el limitado alcance de reducir los espacios desde donde podría operar el terrorismo integrista, aunque lo incluyeran como propósito.
La geopolítica imperial de regreso
El alcance de esas guerras era mayor y ambas obedecían a una lógica: una lógica imperial; que era alentada por su propio impulso geoestratégico, nada distinto al de controlar una zona juzgada como importante para sus intereses, disciplinando o destruyendo a los agentes perturbadores.
Una lógica imperial que por cierto se revistió en esa ocasión de su propio marco doctrinario, la conocida tesis de la "guerra preventiva". Con ella se definía, no el origen de un ataque enemigo, sino simplemente la fuente de algún peligro latente para pasar a sofocarlo mediante una guerra. Era una tesis, por consiguiente, cargada con un sentido de autodefiniciones hegemónicas frente a los demás actores del ámbito internacional; acentuada además por la toma unilateral de decisiones en ese mismo plano. Sin ningún miramiento por la concertación, por las instituciones internacionales o por la propia norma.
Con esta línea de conducta, George W. Bush llevó de modo radical la política internacional de su administración hacia lo que se conoce como unilateralismo, una de las tendencias cíclicas con las que los Estados Unidos han vertebrado su política de poder en el mundo; pero no asociada en este caso con el aislacionismo simple, como sucedió a menudo en el pasado, sino al contrario, con un intervencionismo crudo, bajo la modalidad de guerras localizadas y de ocupaciones por la fuerza en territorios extranjeros. Esta vez, so capa de combatir los focos de un terrorismo ubicuo y de implantar la democracia liberal por la fuerza.
Era un gesto de mesianismo imperial, con el cual los ultra-neoconservadores aspiraban a darle el toque de legitimación ideológica a esa política -mezcla de intervencionismo militar y de unilateralismo en las decisiones- como la expresión más acabada de lo que deberían ser el lugar y el papel propios de la superpotencia americana frente a los retos de la post-Guerra Fría.
El papel de potencia dejaba así de ser algo latente y se convertía en un hecho vigente, que los demás actores debían sentir o padecer. En consecuencia, el Estado soberano (en este caso el de los propios Estados Unidos) se revalorizaba como actor fundamental de las relaciones internacionales: sólo que no bajo la dimensión del consenso o de la autoridad sino de la fuerza, dentro del más vulgar de los realismos. Revalidación de la coerción, no de la persuasión o de la diplomacia. Realce del Estado en su dimensión más negativa, precisamente la de la fuerza. Y revitalización del espíritu de potencia. He ahí las marcas con las que se le daba entidad a la política que debería definir el lugar de la nación americana: un auténtico contrasentido si se pensaba en los cambios que experimentaba el mundo.
Bush: la historia en reversa
Era como si Bush y sus alegres neo-conservadores propiciaran un extravío en otro planeta, en el lugar equivocado. Como si el mundo caminara en un sentido y los Estados Unidos, la única superpotencia, quisieran forzadamente echar reversa.
El mundo se globalizaba, los nexos entre unas y otras sociedades nacionales configuraban una estrecha interdependencia, de modo que se abría el horizonte para una verdadera sociedad mundial y para la constitución del ciudadano global. Para rematar, el colapso de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín echaban por tierra la estructura de un sistema bipolar de disputas por la hegemonía mundial entre potencias ideológicamente antagónicas.
Así, el fantasma de un conflicto bélico de alcance mundial se esfumaba. Mientras tanto, dejaba de ser impensable el hecho de que los grandes aparatos de poder militar montados para la eventualidad de aquella guerra planetaria comenzaran a desmoronarse internamente por inútiles. Por su parte, los Estados soberanos encontraban que la multiplicación global de las relaciones de todo tipo disminuía el campo de su existencia y horadaban su capacidad de decisión. En este sentido, se verían obligados a reconocer sus límites y a reorientar su papel bajo perspectivas más eficaces y democráticas. Y no, en todo caso, poniendo el énfasis en el ejercicio de la violencia.
El mundo, aún si resurgía el terrorismo y aún si se incrementaban los atavismos religiosos y nacionalistas, parecía ofrecer condiciones para la opacidad del impulso hegemónico de potencia y para la democratización y reorientación del Estado soberano, disminuyendo su identificación activa con el uso de la fuerza y del sometimiento.
Después de los acontecimientos de 1989, Reagan proclamó risueño: "¡Yo gané la Guerra Fría!". Poco después, Bush padre declaró entusiasmado el comienzo de "El Nuevo Orden Mundial". En este, los Estados Unidos (así era el mensaje implícito) jugarían un papel de vanguardia bajo el principio de la democracia y al ritmo de las leyes del mercado, siempre de consuno con sus aliados.
Sobrevino, sin embargo, ese experimento neo-conservador que fue la administración de G.W. Bush y barrió con todas las ilusiones (como, a su modo, las barrió también Osama Bin Laden, desde su frontera). La Administración contradecía la historia como si con su desandadura de reacción y con su voluntarismo de hegemonía quisiera retrasar el fin de aquella, ya sentenciado por Fukuyama, en vez de acentuarlo para que la historia misma, paradójicamente, pudiese abrir otros mundos posibles.
Contrariando el curso de la historia (en tanto historia mundial) G. W. Bush recuperaba, con todo, fuertes y profundas tradiciones propias de la política tanto interna como externa de Estados Unidos.
Se reencontraba, además, con la lógica de carácter imperial a la que no escapa una potencia mundial por más de que disponga de un régimen interno de tipo democrático, o por más de que no haya practicado el colonialismo clásico.

El orden de los Estados y el orden policéntrico
La realidad es que el mundo se globalizaba pero se fragmentaba al mismo tiempo. No alcanzaba a uniformarse cuando ya se dividía aquí o allá. El Estado se desvanecía pero su lógica, recrudecida, se reproducía en otros niveles, el supra-nacional y el infra-nacional. En resumen, la historia se aproximaba hegelianamente a su fin, pero también se repetía multiplicándose en tragedias y conflictos, y en la caricatura sin término de todos ellos.
Ocurrió que la estructura bipolar dio paso, en realidad, no a un orden claramente definido sino a una mezcla de orden interestatal de tipo tradicional y de orden policéntrico, de tendencia globalizante, tal como los caracterizara en su momento James Rosenau. Es decir: una mezcla que admitía la lógica de la coerción y del Estado-potencia en acción. Pero en la que cabía esperar así mismo la lógica del consenso y la influencia, la de un desarrollo más horizontal en las relaciones y menos dado a la imposición por la fuerza.
En los marcos de esa coyuntura en el sistema internacional, G. W. Bush y sus "neocons" durante los últimos ocho años representaron el énfasis desembozado en la primera lógica; esto es, en una lógica imperialista. Razón por la cual, vista en otro sentido, su Administración no sólo resultó perturbadora sino es que claramente transtornadora y disfuncional frente a la segunda lógica, la lógica ya no del imperialismo sino de lo que Toni Negri llamaría hace pocos años el Imperio. El cual quiere decir: sociedad mundial articulada más a través de redes internas que a través de relaciones de fuerza externas; dominación mundial conseguida a través de una hegemonía suave, interiorizada a través de las leyes de un capitalismo mundial de carácter descentrado; o para decirlo en otras palabras, sociedad mundial del control, en lugar de sociedad disciplinaria, según la idea que Negri tomó de Michel Foucault.
En ocho años de administración desastrosa, la opción escogida por George W. Bush (junto con Richard Cheney y Donald Rumsfeld) es decir, la de la lógica de una sociedad internacional disciplinaria, se agotó, hundida ahora en el descrédito mundial.
Un descrédito inversamente proporcional la esperanza depositada en Barack Hussein Obama, el presidente número 44, en funciones a partir del 20 de enero. Y cuyo discurso sobre el cambio ha seducido al electorado y a la opinión pública internacional.
La era Obama
Un discurso que, sin ser preciso en su contenido, ha penetrado subliminalmente en el imaginario colectivo como si se tratara de una transformación radical y esperanzadora en el lugar y en el papel de los Estados Unidos en el mundo.
De modo que no sea potencia que se impone por la fuerza, sino liderazgo que prefiere las vías diplomáticas y la concertación. Que prefiere la cooperación y no la confrontación bélica. Dicho en otras palabras: que se inclinaría por levantar las talanqueras que en el mundo impiden la marcha hacia una hegemonía suave y sutil, hacia un imperio rosa: el imperio Obama.
Sutil y rosa, sería con todo una dominación mundial. Aún así, muchos en el mundo la preferirían, aceptándola de buen grado, con tal de no tener en frente la crudeza retrógrada de un imperialismo puro que confronta, impone y amenaza.
Es como si el mundo pudiese ir hacia la formación de ese inmenso Palacio de Cristal, del que habla Sloterdijk, utilizando una imagen tomada de Dostoyevski: inmenso pabellón destinado a una exposición en el que internamente se instalan y desenvuelven los agentes y las relaciones del capitalismo mundial; los de la sociedad global sin cuerpos extraños por fuera. Pero seguramente con Estados Unidos, en la era Obama, participando en la instalación interna pero jugando al mismo tiempo el papel de directores.
Las cosas no ocurrirán de esa manera, sin embargo. No por ahora al menos. Y no bajo Obama. Sin duda, este último traerá consigo el impulso de algunos cambios con mucha fuerza simbólica. E igualmente aportará un liderazgo dotado con una personalidad atractiva, inteligente y moderadamente liberal. Lo cual generará un clima nuevo de confianza tanto interno como externo. Ayudará a revitalizar los lazos diplomáticos con muchos aliados y naciones en el mundo.
Es probable que entre sus gestos simbólicos y sus primeras decisiones este el cierre de la base de Guantánamo y el restablecimiento de las garantías procesales para los sospechosos. De igual manera, se emprenderá el prometido retiro de las tropas en Irak (aunque, con seguridad, no en los 16 meses previstos). No es de extrañar, por otra parte, que el discurso frente al medio ambiente cambie en favor de una mayor atención de cara a la conferencia de Copenhague, aunque quizá sin un compromiso serio en los hechos inmediatos.
En el campo de las relaciones internacionales, la nueva Secretaria de Estado, Hillary Clinton, ha anunciado una diplomacia de amigos; es decir, de concertación y de acercamientos pacíficos. Es algo que daría satisfacción a los aliados de Estados Unidos en el mundo, particularmente a los europeos.
Sin embargo, un observador tan autorizado como el historiador Paul Kennedy, ha advertido a los amigos europeos que es mejor desengañarse de una vez, pues lo previsible es que no vayan a recibir una atención especial. Por no hablar ya de América Latina o de África (agrega Kennedy) hacia donde el interés diplomático y político será casi residual.
En otras palabras: habrá cambios, pero no tantos ni de tanta envergadura como los espera el mundo, atrapada como estará la Administración Obama en las lógicas intervencionistas e imperiales propias de la única superpotencia y a las cuales no será él quien renuncie. Al menos no lo ha dicho.
Colocado en ese mundo en el que se mezclan los dos órdenes superpuestos, el interestatal y el policéntrico, Obama se desplazará no hacia este último sino hacia las junturas que los unen y separan al mismo tiempo. Mientras Bush se casaba con el orden antiguo de tipo interestatal e imperialista, Obama no se inclinará solo hacia el segundo, hacia el de una hegemonía suave y descentrada. Compartirá ambos órdenes. Será un jinete de doble cabalgadura simultánea. Con las ventajas y los riesgos que ello comporta. Para él y sobre todo para un mundo que como ha dicho algún espíritu ingenioso, puede "acatarrarse si la potencia americana estornuda".
desastre Bush al "Imperio Obama"?
Ricardo García Duarte
Revista Virtual RAZON PUBLICA18/01/2009
Envio: Colombia Plural, Inestco
Bush, que ya se va, activó los dispositivos del intervencionismo militar. Ahora Obama se situará ambiguamente entre la lógica imperialista y la lógica de una sociedad democrática globalizada.
Barack Obama, el nuevo presidente de Estados Unidos, es el proclamado anti-Bush. Así consiguió instalarse en el imaginario colectivo. Bush es no es ya, digamos, El Diablo -como lo soltó el pintoresco Hugo Chávez en Naciones Unidas - o el Satanás que salmodian los fundamentalistas islámicos. Tal vez no alcance a serlo; pero sí que es, para decirlo en términos occidentales y políticos, el imperialismo redivivo. El imperialismo puro y duro, resurgido desde el fondo de las lógicas de dominación, y escapado por entre las nieblas apaciguadoras de una globalización que ha consagrado "el fin de la historia".
Cuando se creía que las leyes del mercado y los mecanismos de la democracia harían que el conflicto y la pertinencia del sometimiento fueran ejercicios a punto de desaparecer en la escena internacional, henos aquí que aparece míster George Walker Bush. Irrumpe en el saloon dejando atrás las dos alas batientes de la puerta, y restablece de un golpe las viejas reglas del juego. Impone la razón del viejo orden. O, mejor, la hace ruidosamente explícita, por si algunas mentes liberales y reblandecidas pensaban olvidarla.
Un Bush invasor y contrario a las garantías constitucionales
Los Estados Unidos de George W. Bush desataron dos guerras, la de Irak y la de Afganistán; ambas seguidas por ocupaciones militares y, lo que es peor, acompañadas por la tortura y otras prácticas contrarias a los derechos humanos; prácticas éstas de las que son lugares tristemente emblemáticos las prisiones de Guantánamo y Abu Ghraib. Es decir, el Estado americano transgredió y vulneró los propios fundamentos constitucionales en los que se apoya su política de los derechos y garantías civiles, al tiempo que hizo girar únicamente sobre la fuerza sus relaciones con algunos de los Estados a los que consideraba sus adversarios.
Al Irak de Saddam Hussein y al Afganistán del Talibán, situados ambos muy lejos de sus fronteras -demasiado como para representar un efectivo peligro para su seguridad- les hizo la guerra en vasta escala y los ocupó territorialmente.
Cierto es que con anterioridad a estos sucesos, Estados Unidos fueron objeto del más devastador e impactante atentado terrorista que pudiesen sufrir; algo que vino a significar sin duda un desafío a su seguridad nacional; atentado realizado, eso sí, no como el reto convencional de otro Estado, sino como la provocación desmesurada y criminal de un grupo, Al Qaeda.
Con una intensa inspiración religiosa y con una articulación interna que adopta la forma de constelación de grupos -lo que le permite una presencia mimetizada en el interior de varios países- Al Qaeda representaba una amenaza explícita y terrible, a la que había que responder. Pero no era, con todo, la amenaza o el desafío de guerra lanzado por otro Estado, por más que dicho grupo pudiera contar con una fuerte presencia en Afganistán.
Las guerras contra Irak y Afganistán no tenían, por tanto, el limitado alcance de reducir los espacios desde donde podría operar el terrorismo integrista, aunque lo incluyeran como propósito.
La geopolítica imperial de regreso
El alcance de esas guerras era mayor y ambas obedecían a una lógica: una lógica imperial; que era alentada por su propio impulso geoestratégico, nada distinto al de controlar una zona juzgada como importante para sus intereses, disciplinando o destruyendo a los agentes perturbadores.
Una lógica imperial que por cierto se revistió en esa ocasión de su propio marco doctrinario, la conocida tesis de la "guerra preventiva". Con ella se definía, no el origen de un ataque enemigo, sino simplemente la fuente de algún peligro latente para pasar a sofocarlo mediante una guerra. Era una tesis, por consiguiente, cargada con un sentido de autodefiniciones hegemónicas frente a los demás actores del ámbito internacional; acentuada además por la toma unilateral de decisiones en ese mismo plano. Sin ningún miramiento por la concertación, por las instituciones internacionales o por la propia norma.
Con esta línea de conducta, George W. Bush llevó de modo radical la política internacional de su administración hacia lo que se conoce como unilateralismo, una de las tendencias cíclicas con las que los Estados Unidos han vertebrado su política de poder en el mundo; pero no asociada en este caso con el aislacionismo simple, como sucedió a menudo en el pasado, sino al contrario, con un intervencionismo crudo, bajo la modalidad de guerras localizadas y de ocupaciones por la fuerza en territorios extranjeros. Esta vez, so capa de combatir los focos de un terrorismo ubicuo y de implantar la democracia liberal por la fuerza.
Era un gesto de mesianismo imperial, con el cual los ultra-neoconservadores aspiraban a darle el toque de legitimación ideológica a esa política -mezcla de intervencionismo militar y de unilateralismo en las decisiones- como la expresión más acabada de lo que deberían ser el lugar y el papel propios de la superpotencia americana frente a los retos de la post-Guerra Fría.
El papel de potencia dejaba así de ser algo latente y se convertía en un hecho vigente, que los demás actores debían sentir o padecer. En consecuencia, el Estado soberano (en este caso el de los propios Estados Unidos) se revalorizaba como actor fundamental de las relaciones internacionales: sólo que no bajo la dimensión del consenso o de la autoridad sino de la fuerza, dentro del más vulgar de los realismos. Revalidación de la coerción, no de la persuasión o de la diplomacia. Realce del Estado en su dimensión más negativa, precisamente la de la fuerza. Y revitalización del espíritu de potencia. He ahí las marcas con las que se le daba entidad a la política que debería definir el lugar de la nación americana: un auténtico contrasentido si se pensaba en los cambios que experimentaba el mundo.
Bush: la historia en reversa
Era como si Bush y sus alegres neo-conservadores propiciaran un extravío en otro planeta, en el lugar equivocado. Como si el mundo caminara en un sentido y los Estados Unidos, la única superpotencia, quisieran forzadamente echar reversa.
El mundo se globalizaba, los nexos entre unas y otras sociedades nacionales configuraban una estrecha interdependencia, de modo que se abría el horizonte para una verdadera sociedad mundial y para la constitución del ciudadano global. Para rematar, el colapso de la Unión Soviética y la caída del Muro de Berlín echaban por tierra la estructura de un sistema bipolar de disputas por la hegemonía mundial entre potencias ideológicamente antagónicas.
Así, el fantasma de un conflicto bélico de alcance mundial se esfumaba. Mientras tanto, dejaba de ser impensable el hecho de que los grandes aparatos de poder militar montados para la eventualidad de aquella guerra planetaria comenzaran a desmoronarse internamente por inútiles. Por su parte, los Estados soberanos encontraban que la multiplicación global de las relaciones de todo tipo disminuía el campo de su existencia y horadaban su capacidad de decisión. En este sentido, se verían obligados a reconocer sus límites y a reorientar su papel bajo perspectivas más eficaces y democráticas. Y no, en todo caso, poniendo el énfasis en el ejercicio de la violencia.
El mundo, aún si resurgía el terrorismo y aún si se incrementaban los atavismos religiosos y nacionalistas, parecía ofrecer condiciones para la opacidad del impulso hegemónico de potencia y para la democratización y reorientación del Estado soberano, disminuyendo su identificación activa con el uso de la fuerza y del sometimiento.
Después de los acontecimientos de 1989, Reagan proclamó risueño: "¡Yo gané la Guerra Fría!". Poco después, Bush padre declaró entusiasmado el comienzo de "El Nuevo Orden Mundial". En este, los Estados Unidos (así era el mensaje implícito) jugarían un papel de vanguardia bajo el principio de la democracia y al ritmo de las leyes del mercado, siempre de consuno con sus aliados.
Sobrevino, sin embargo, ese experimento neo-conservador que fue la administración de G.W. Bush y barrió con todas las ilusiones (como, a su modo, las barrió también Osama Bin Laden, desde su frontera). La Administración contradecía la historia como si con su desandadura de reacción y con su voluntarismo de hegemonía quisiera retrasar el fin de aquella, ya sentenciado por Fukuyama, en vez de acentuarlo para que la historia misma, paradójicamente, pudiese abrir otros mundos posibles.
Contrariando el curso de la historia (en tanto historia mundial) G. W. Bush recuperaba, con todo, fuertes y profundas tradiciones propias de la política tanto interna como externa de Estados Unidos.
Se reencontraba, además, con la lógica de carácter imperial a la que no escapa una potencia mundial por más de que disponga de un régimen interno de tipo democrático, o por más de que no haya practicado el colonialismo clásico.

El orden de los Estados y el orden policéntrico
La realidad es que el mundo se globalizaba pero se fragmentaba al mismo tiempo. No alcanzaba a uniformarse cuando ya se dividía aquí o allá. El Estado se desvanecía pero su lógica, recrudecida, se reproducía en otros niveles, el supra-nacional y el infra-nacional. En resumen, la historia se aproximaba hegelianamente a su fin, pero también se repetía multiplicándose en tragedias y conflictos, y en la caricatura sin término de todos ellos.
Ocurrió que la estructura bipolar dio paso, en realidad, no a un orden claramente definido sino a una mezcla de orden interestatal de tipo tradicional y de orden policéntrico, de tendencia globalizante, tal como los caracterizara en su momento James Rosenau. Es decir: una mezcla que admitía la lógica de la coerción y del Estado-potencia en acción. Pero en la que cabía esperar así mismo la lógica del consenso y la influencia, la de un desarrollo más horizontal en las relaciones y menos dado a la imposición por la fuerza.
En los marcos de esa coyuntura en el sistema internacional, G. W. Bush y sus "neocons" durante los últimos ocho años representaron el énfasis desembozado en la primera lógica; esto es, en una lógica imperialista. Razón por la cual, vista en otro sentido, su Administración no sólo resultó perturbadora sino es que claramente transtornadora y disfuncional frente a la segunda lógica, la lógica ya no del imperialismo sino de lo que Toni Negri llamaría hace pocos años el Imperio. El cual quiere decir: sociedad mundial articulada más a través de redes internas que a través de relaciones de fuerza externas; dominación mundial conseguida a través de una hegemonía suave, interiorizada a través de las leyes de un capitalismo mundial de carácter descentrado; o para decirlo en otras palabras, sociedad mundial del control, en lugar de sociedad disciplinaria, según la idea que Negri tomó de Michel Foucault.
En ocho años de administración desastrosa, la opción escogida por George W. Bush (junto con Richard Cheney y Donald Rumsfeld) es decir, la de la lógica de una sociedad internacional disciplinaria, se agotó, hundida ahora en el descrédito mundial.
Un descrédito inversamente proporcional la esperanza depositada en Barack Hussein Obama, el presidente número 44, en funciones a partir del 20 de enero. Y cuyo discurso sobre el cambio ha seducido al electorado y a la opinión pública internacional.
La era Obama
Un discurso que, sin ser preciso en su contenido, ha penetrado subliminalmente en el imaginario colectivo como si se tratara de una transformación radical y esperanzadora en el lugar y en el papel de los Estados Unidos en el mundo.
De modo que no sea potencia que se impone por la fuerza, sino liderazgo que prefiere las vías diplomáticas y la concertación. Que prefiere la cooperación y no la confrontación bélica. Dicho en otras palabras: que se inclinaría por levantar las talanqueras que en el mundo impiden la marcha hacia una hegemonía suave y sutil, hacia un imperio rosa: el imperio Obama.
Sutil y rosa, sería con todo una dominación mundial. Aún así, muchos en el mundo la preferirían, aceptándola de buen grado, con tal de no tener en frente la crudeza retrógrada de un imperialismo puro que confronta, impone y amenaza.
Es como si el mundo pudiese ir hacia la formación de ese inmenso Palacio de Cristal, del que habla Sloterdijk, utilizando una imagen tomada de Dostoyevski: inmenso pabellón destinado a una exposición en el que internamente se instalan y desenvuelven los agentes y las relaciones del capitalismo mundial; los de la sociedad global sin cuerpos extraños por fuera. Pero seguramente con Estados Unidos, en la era Obama, participando en la instalación interna pero jugando al mismo tiempo el papel de directores.
Las cosas no ocurrirán de esa manera, sin embargo. No por ahora al menos. Y no bajo Obama. Sin duda, este último traerá consigo el impulso de algunos cambios con mucha fuerza simbólica. E igualmente aportará un liderazgo dotado con una personalidad atractiva, inteligente y moderadamente liberal. Lo cual generará un clima nuevo de confianza tanto interno como externo. Ayudará a revitalizar los lazos diplomáticos con muchos aliados y naciones en el mundo.
Es probable que entre sus gestos simbólicos y sus primeras decisiones este el cierre de la base de Guantánamo y el restablecimiento de las garantías procesales para los sospechosos. De igual manera, se emprenderá el prometido retiro de las tropas en Irak (aunque, con seguridad, no en los 16 meses previstos). No es de extrañar, por otra parte, que el discurso frente al medio ambiente cambie en favor de una mayor atención de cara a la conferencia de Copenhague, aunque quizá sin un compromiso serio en los hechos inmediatos.
En el campo de las relaciones internacionales, la nueva Secretaria de Estado, Hillary Clinton, ha anunciado una diplomacia de amigos; es decir, de concertación y de acercamientos pacíficos. Es algo que daría satisfacción a los aliados de Estados Unidos en el mundo, particularmente a los europeos.
Sin embargo, un observador tan autorizado como el historiador Paul Kennedy, ha advertido a los amigos europeos que es mejor desengañarse de una vez, pues lo previsible es que no vayan a recibir una atención especial. Por no hablar ya de América Latina o de África (agrega Kennedy) hacia donde el interés diplomático y político será casi residual.
En otras palabras: habrá cambios, pero no tantos ni de tanta envergadura como los espera el mundo, atrapada como estará la Administración Obama en las lógicas intervencionistas e imperiales propias de la única superpotencia y a las cuales no será él quien renuncie. Al menos no lo ha dicho.
Colocado en ese mundo en el que se mezclan los dos órdenes superpuestos, el interestatal y el policéntrico, Obama se desplazará no hacia este último sino hacia las junturas que los unen y separan al mismo tiempo. Mientras Bush se casaba con el orden antiguo de tipo interestatal e imperialista, Obama no se inclinará solo hacia el segundo, hacia el de una hegemonía suave y descentrada. Compartirá ambos órdenes. Será un jinete de doble cabalgadura simultánea. Con las ventajas y los riesgos que ello comporta. Para él y sobre todo para un mundo que como ha dicho algún espíritu ingenioso, puede "acatarrarse si la potencia americana estornuda".

domingo, 18 de enero de 2009

Eduardo Galeano y la "operación plomo impune"

Todo indica que esta carnicería de Gaza, que según sus autores quiere acabar con los terroristas, logrará multiplicarlos. Desde 1948, los palestinos viven condenados a humillación perpetua. No pueden ni respirar sin permiso. Han perdido su patria, sus tierras, su agua, su libertad, su todo. Ni siquiera tienen derecho a elegir sus gobernantes. Cuando votan a quien no deben votar, son castigados. Gaza está siendo castigada. Se convirtió en una ratonera sin salida, desde que Hamas ganó limpiamente las elecciones, en el año 2006. Algo parecido había ocurrido en 1932, cuando el Partido Comunista triunfó en las elecciones de El Salvador. Bañados en sangre, los salvadoreños expiaron su mala conducta y desde entonces vivieron sometidos a dictaduras militares. La democracia es un lujo que no todos merecen.Son hijos de la impotencia los cohetes caseros que los militantes de Hamas, acorralados en Gaza, disparan con chambona puntería sobre las tierras que habían sido palestinas y que la ocupación israelita usurpó. Y la desesperación, a la orilla de la locura suicida, es la madre de las bravatas que niegan el derecho a la existencia de Israel, gritos sin ninguna eficacia, mientras la muy eficaz guerra de exterminio está negando, desde hace años, el derecho a la existencia de Palestina. Ya poca Palestina queda. Paso a paso, Israel la está borrando del mapa.Los colonos invaden, y tras ellos los soldados van corrigiendo la frontera. Las balas sacralizan el despojo, en legítima defensa.No hay guerra agresiva que no diga ser guerra defensiva. Hitler invadió Polonia para evitar que Polonia invadiera Alemania. Bush invadió Irak para evitar que Irak invadiera el mundo. En cada una de sus guerras defensivas, Israel se ha tragado otro pedazo de Palestina, y los almuerzos siguen. La devoración se justifica por los títulos de propiedad que la Biblia otorgó, por los dos mil años de persecución que el pueblo judío sufrió, y por el pánico que generan los palestinos al acecho.Israel es el país que jamás cumple las recomendaciones ni las resoluciones de las Naciones Unidas, el que nunca acata las sentencias de los tribunales internacionales, el que se burla de las leyes internacionales, y es también el único país que ha legalizado la tortura de prisioneros.¿Quién le regaló el derecho de negar todos los derechos? ¿De dónde viene la impunidad con que Israel está ejecutando la matanza de Gaza? El gobierno español no hubiera podido bombardear impunemente al País Vasco para acabar con eta, ni el gobierno británico hubiera podido arrasar Irlanda para liquidar al ira. ¿Acaso la tragedia del Holocausto implica una póliza de eterna impunidad? ¿O esa luz verde proviene de la potencia mandamás que tiene en Israel al más incondicional de sus vasallos?El ejército israelí, el más moderno y sofisticado del mundo, sabe a quién mata. No mata por error. Mata por horror. Las víctimas civiles se llaman daños colaterales, según el diccionario de otras guerras imperiales. En Gaza, de cada diez daños colaterales, tres son niños. Y suman miles los mutilados, víctimas de la tecnología del descuartizamiento humano, que la industria militar está ensayando exitosamente en esta operación de limpieza étnica.Y como siempre, siempre lo mismo: en Gaza, cien a uno. Por cada cien palestinos muertos, un israelí.Gente peligrosa, advierte el otro bombardeo, a cargo de los medios masivos de manipulación, que nos invitan a creer que una vida israelí vale tanto como cien vidas palestinas. Y esos medios también nos invitan a creer que son humanitarias las doscientas bombas atómicas de Israel, y que una potencia nuclear llamada Irán fue la que aniquiló Hiroshima y Nagasaki.La llamada comunidad internacional, ¿existe?¿Es algo más que un club de mercaderes, banqueros y guerreros? ¿Es algo más que el nombre artístico que Estados Unidos se pone cuando hace teatro?Ante la tragedia de Gaza, la hipocresía mundial se luce una vez más. Como siempre, la indiferencia, los discursos vacíos, las declaraciones huecas, las declamaciones altisonantes, las posturas ambiguas rinden tributo a la sagrada impunidad.Ante la tragedia de Gaza, los países árabes se lavan las manos. Como siempre. Y como siempre, los países europeos se frotan las manos.La vieja Europa, tan capaz de belleza y de perversidad, derrama alguna que otra lágrima, mientras secretamente celebra esta jugada maestra. Porque la cacería de judíos fue siempre una costumbre europea, pero desde hace medio siglo esa deuda histórica está siendo cobrada a los palestinos, que también son semitas y que nunca fueron, ni son, antisemitas. Ellos están pagando, en sangre contante y sonante, una cuenta ajena. EDUARDO GALEANOMontevideo, enero 17 de 2009(Este artículo está dedicado a mis amigos judíos asesinados por las dictaduras latinoamericanas que Israel asesoró)