
Por Pulgonzo
En la reunión del G20, donde se sientan a manteles los gobernantes de los países desarrollados, rubios y ojiazules pero irresponsables para manejar sus economías, como lo sugirió hace poco Lula da Silva, ocurrió lo que a veces en las casas de los ricos para dárselas de demócratas y humanos: que invitan a uno de la servidumbre a que almuerce con ellos, pero le asignan un lugar incómodo. Los blancos gringos le llaman a ese invitado "el negro de la casa", que merece la invitación por obediente.
Pues a Londres, a la reunión que acaba de terminar fueron invitados gobernantes de países pobres y cuasi pobres, como Cristina de Argentina (me salió en verso y con ello no quiero igualarla con Isabel de Inglaterra) y Lula de Brasil, exdirigente obrero de su país (casi me sale en verso).
Como en el caso de los ricos que invitan a un sirviente pero que no le permiten ciertas confianzas, así dicen graciosamente las señoras, en Londres a los invitados el protocolo tampoco les permite que vayan a manosear sus símbolos de realeza !Ni más faltaba! Y menos si son negros, aunque sean ricos (en trance de volverse pobres, vale la pena recordar) como Obama y Michelle.
Antes de entrar en materia, a lo importante, conviene recordar que los ricos impusieron su ley para revitalizar financieramente las instituciones del gran capital, surgidas de la crisis anterior a esta, como el Fondo Monetario Internacional (FMI). Querían que todo quedara así, pero tuvieron que aceptar, a regañadientes, las regulaciones y controles que pedían gobiernos de países en trance de volverse pobres, como Angela Merkel y Sarkozy. Con el apoyo del invitado cuasi pobre Lula y el otro en la cuasi inopia Rodriguez Zapatero. Que tampoco pedían el desmonte del capitalismo, puesto que ellos administran una de sus variantes, sino que se pusiera un tatequieto al modelo neoliberal y se reconociera el fin del Consenso de Washington. En otras palabras, proponían ponerle una buena prótesis al mismo esqueleto para que siga sosteniendo el mismo cuerpo. Y así quedó todo.
Vuelvo a lo importante, que es el escándalo originado cuando algunos invitados se tomaron confiancitas con la reina. !Isabel II, por supuesto! !El símbolo de la realeza británica! Resulta que ella puede tocar a quien quiera pero nadie puede tocar a su "sacarrial majestad". Así las cosas, cuando en la reunión previa a la inauguración de la cumbre del G20, reunión social llevada a cabo en el palacio de Buckingham, le presentaron a los Obama, entre otros, ella, "su sacarrial",
hizo como si fuera a pasarle el brazo por detrás a Michelle, que bien podía hacerlo porque para eso es la reina. Y Michelle, que de protocolos poco, le correspondió, equivocada, pasándole las manos de verdad por la cintura !Y ahí fue troya!
Semejante desafuero no se podía dejar pasar por alto, y menos cometido por un invitado, negro para más cuentas. Como serían la ofensa que hasta el ponderado y serio Times de Londres se ocupó del asunto y llamó campechana a la esposa de Obama (me salió otra vez en verso).
Pero como para pagarle con la misma moneda el atrevimiento, el príncipe Felipe de Edimburgo metió su ilustre pata con Obama. "Seguro que les cuesta mucho a Ustedes mantenerse despiertos", les dijo a los esposos que ocupan la Casa Blanca cuando éstos contaron el trajín impuesto por la agenda cumplida hasta ese momento. Y les remachó preguntando: "¿Y si puede distinguirlos a unos de otros". Refiriéndose a los distintos personajes con que habló el presidente USA. El príncipe siempre ha sido un metepatas, dicen los británicos. Pero ahora su salida fue calificada como "vergonzosa" por el diario The Independent, que cuenta la historia.
Conviene recordar episodios parecidos. En 1992 el primer ministro australiano Paul Keating fue llamado "lagarto" por cruzarle el brazo a la reina. Y Jacques Chirac, presidente de Francia, en el 2004 protagonizó lo que fue llamado "una ruptura lamentable del protocolo" cuando pretendió guiar a la reina por un salón casi rozándola !Ni que le hubiera roto otra cosa más grave que el protocolo!
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