martes, 15 de septiembre de 2009

EDADES

Agustín Squella
(Colombia Plural)

Fue en De Senectute, el nada complaciente libro de Norberto Bobbio sobre la vejez, donde encontré la distinción entre edad cronológica, edad biológica, edad psicológica y edad burocrática.La primera de esas cuatro edades es de determinación fácil y objetiva, puesto que para saberla sólo debes mirar tu partida de nacimiento. Si naciste en 1939, tienes ahora 70 años, y si lo hiciste en 1990, tienes apenas 19. Otra cosa es que quienes cuentan una corta edad cronológica traten a veces de aparentar más —que es lo que hacíamos cuando adolescentes nos empinábamos desafiantes delante del portero del cine en que exhibían una película sólo para mayores—, o menos, que es lo que suelen hacer hombres y mujeres que dan demasiada importancia a la edad cronológica, en circunstancias de que también interesan las otras edades antes mencionadas.

La edad biológica es la que ha acumulado tu cuerpo, y tanto puede coincidir o no con la que marca tu cédula de identidad. Depende, claro está, de cómo te hayas portado en el curso de la vida. Mejor si la edad biológica es menor que la cronológica, puesto que entonces te adularán diciéndote que pareces Dorian Gray. Pero si aquélla sobrepasa a ésta, te ocurrirán percances como el que tuve cuando aún no cumplía 60 y la muchacha que vendía entradas en el cine me las ofreció de la tercera edad. Tuve que llamar a mi mujer a presencia de la impertinente joven y preguntarle a viva voz: “¿Cree usted que ella tiene 60 años?”. A lo cual me respondió, muy suelta de cuerpo: “Ella no, pero usted sí”.

La edad psicológica es la que cada cual siente tener, y aquí la regla es una sola: todos nos sentimos más jóvenes de lo que realmente somos. Con perdón de mi querida madre nonagenaria, con quien bromeo a menudo sobre estas cosas, diré que en medio de cualquier conversación ella puede dejar caer la frase “Cuando sea vieja…”, y el brillo de sus ojos celestes nunca es más intenso que en esas ocasiones. En la hípica conocí a un sujeto que corrió la maratón hasta bien pasados los 80, y que confesaba que todo su secreto consistía en beberse medio litro de vino al día. Echo de menos a Juan Collao y las corridas que hacía en el propio hipódromo, desde la tribuna hasta el punto de la meta, cada vez que el caballo que había jugado peleaba la carrera, mientras agitaba los boletos que alzaba en una de sus manos.

La edad burocrática es la que llega justo el día en que la ejecutiva de tu fondo de pensiones llama para avisar que estás en condiciones de jubilar. Burocráticamente hablando, todos somos viejos a la misma edad, aquella que fija la ley, y cae sobre ti ya sea que continúes trabajando o te acojas a jubilación. Igual te ofrecerán el asiento en el Metro.

Como las edades que tenemos son cuatro, “viejo” se ha vuelto un término relativo, por fortuna, puesto que si lo eres en algún sentido, bien puedes no serlo en otro. Lo que yo no tolero, sin embargo, son los discursos de glorificación de la vejez, a la que no se necesita haber llegado en mala forma para saber que es pura pérdida. Todo lo más que puede y debe hacerse con ella es llevarla de la mejor manera posible, aferrándose con dientes y muelas, supuesto que uno los conserve, al bienestar que todavía es capaz de producir la expectativa de algunas pequeñas alegrías, la principal de las cuales pasa a ser la simple normalidad de las cosas y circunstancias que nos rodean. Al fin y al cabo, la vida está hecha de pequeñas alegrías, y si quieres sonreír al momento de la vejez, cuenta tus bendiciones, acaricia algún recuerdo y ejercita bien el cuerpo, pero no corras a comprar libros de autoayuda ni te inscribas en ninguno de esos talleres en los que un embaucador tan viejo como tú, sólo que más bronceado, te querrá convencer de que has llegado al momento más maravilloso de la vida.

alpher rojas carvajal

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