domingo, 29 de noviembre de 2009

DE TANGO SOMOS

Somos huesos, carne y sangre. Y un poco más. Y somos pensamientos, ideas y emociones. Tambien somos sueños, esperanzas, realizaciones y fracasos. Y somos amores y odios, alegrías y tristezas, acermamientos y alejamientos, aceptaciones y rechazos. Somos todo eso y mucho más. Y todo eso es el tango. Ese frenético compás del dos por cuatro es la vida.
Cada compás tanguero es un manojo de pasiones encontradas. Por eso el tango nos hace hervir la sangre, acelerar el corazón, poner la piel de gallina, y a veces dejar salir un par de lágrimas, disimuladas si somos hombres, cuando los recuerdos vuelven bailarines a la memoria.
Dicen que Ernesto Sábato dijo alguna vez, desde luego antes de que pasara a ser recuerdo, que el tango es un sentimiento triste que se baila. Puede ser. Pero tambien es algo más. Como la imagen feliz de una linda milonga en el viejo barrio tanguero de San Telmo, allá en Buenos Aires. O una noche mágica en la esquina de Pugliese, tambien en aquella ciudad. O un hermoso encuentro en el Cafetín de Buenos Aires, de Bogotá, mientras bailan Carlos y Eliana o suena la voz ronca de Adriana Varela o se escucha a Polaco Goyeneche "diciendo tangos".
El tango es vida y tiene vida. Por eso nació y creció. Quién sabe si morirá. Nació música, al poco fue movimiento y culminó en canto y poesía.
Que el tango es vida y de tango somos lo puede resumir aquella anécdota de Santos Discépolo, "Discepolín" claro,en el zoco de Marruecos, al norte de Africa, según la cuenta por ahí César Tiempo, otro notable argentino.
Cuenta cesar que una vez se encontró a Discépolo en Italia, cuando éste llegaba de Marruecos español y le comentó que en Tetuán, en un cambalache cerca del mercado, quiso comprar unas babuchas bordadas que ofrecía un viejo sefardí. Mientras elegía para quedarse con unas escuchó en un gramófono antiguo los compases de Yira Yira, uno de los tangos más universales de Discépolo. El anciano se puso entonces a tararear la letra en su lengua ladino-lunfarda: "Cuando la suerte que es grela...". Muy emocionado Discepolín le contó al viejo vendedor que él era el autor de ese tango. Y aquel, admirado, se precipitó a besarle las manos. De todo modos le cobró las babuchas. Y remata Discépolo: "Al salir de la cueva di por bien empleados los desvelos que me habían costado los tangos. Nada podìa pagar aquel momento. Ya en la calle, con un nudo en la garganta, todos los alminares me parecieron enanos y en la voz de los almuédanos me pareció escuchar Quévachacé".(Otro tango del autor).

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