lunes, 25 de mayo de 2009

ESTABA DE PARRANDA

Hace años estuvo de moda un tema bailable con un muy pegajoso estribillo, repetido en toda rumba que se respetara: "No estaba muerto, estaba de parranda". La festiva canción hace referencia a un caso de la vida real: un señor que se fue de copas, se emborrachó, perdió el sentido, la familia pensó que había muerto, organizó su velorio y en esas el borrachito desperto y se levantó del ataúd preguntando dónde estaba y qué había pasado.

La historia se repitó el sábado, pero con una variante. Ahora no se emborrachó el "muerto" sino el conductor del carro fúnebre, al que encargaron que fuera al laboratorio de embalsamamiento, recogiera un cadáver, los llevara a la sala de velación y de ahí al cementerio, como se acostumbra.

Pero a esta cita obligatoria con La Huesuda, a la que nadie puede faltar aunque quisiera, no llegó a tiempo el irresponsable conductor, y por supuesto tampoco llegó el muerto. Los familiares y amigos se quedaron con su luto esperando en la funeraria, cada vez más inquietos porque no sabían la suerte del cadáver y el conductor, que debían haber estado allí a las ocho de la mañana.

Se tejieron toda clase de conjeturas a medida que el día avanzaba. La más inquietante, que el cadáver había sido robado para sacarle órganos y venderlos en el mercado negro, quen en algunas ciudades ha sido una actividad ilegal denunciada con frecuencia. El misterio continuaba
y la historia ya era como para Sherlock Holmes, detective universal destacado en el mundo de la literatura policíaca. Los deudos presentaron la denuncia respectiva ante las autoridades competentes. La noticia se filtró a los medios, que la difundieron con su toque de sensacionalismo usual.

Pero llegó la noche. Y al contrario de lo que sucede en la literatura de misterio, en que con las sombras el misterio aumenta, aquí en Bogotá el enigma se aclaró. Por lo menos en parte. La historia que contó el conductor aparecido es más asombrosa que la misma desaparición del cadáver.

Dijo el fresco empleado funerario que se había encontrado con unos amigos, se había puesto (no colocado como ahora dicen los nuevos periodistas), a beber cerveza, habían llegado una atractivas amigas que se dejaron invitar, él se dejó enredar por los encantos de una de ellas
y cayó en la tentación de irse a un motel o residencia con la damisela. Perdió el sentido en parte, pero no el gusto. Para no ser muy prolijo en los detalles, la pareja llegó al motel con cadáver y todo. "De todo modos, habría pensado el conductor de la carroza fúnebre, que el muerto espere porque primero están mis urgencias amatorias. Total, él ya tiene la eternidad por delante y yo tengo que aprovechar mi cuarto de hora. Despues, el muerto al hoyo".

Luego, cuando recuperó un poco el sentido, como hacia las cuatro de la tarde del mismo sábado, no sabía como salir del lío. Se le ocurriò entonces llamar a otro conductor amigo y proponerle que le llevara el cadáver y que le pagaba bien. Este aceptó y llegó al sitio con su fúnebre tripulación, incluido el borrachito.

Estaba de parranda mientras el muerto esperaba y los deudos se desesperaban. Hubo un final aceptablemente feliz para todos, menos para el irresponsable conductor que perdió su empleo y ganó una sanción por conducir alicorado llevando un muerto por ahí como si cualquier cosa.


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